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  • 27 noviembre, 2019

La formación integral en la Universidad Colombiana. Mito y realidad

  • Categoría: Noticias Profesores
Pocas preocupaciones han sido tan constantes en la universidad colombiana como la que se refiere a la responsabilidad institucional frente a la formación humana de los estudiantes. En la actualidad, el cumplimiento de esta función tiene que ver con la formación ética y moral de los jóvenes; y la sociedad en general le exige a las instituciones educativas que contribuyan eficazmente a la conformación del talante moral de los futuros profesionales. Esta tarea, a su vez, es urgente, dada la crisis de eticidad que se vive y el cambio vertiginoso de los valores que sustentan las organizaciones. Si anteriormente, los valores morales parecían estables - y para algunos hasta inmodificables - hoy se desvanecen y un cierto “fair play moral” legitima su ambigüedad frente a los valores fundamentales que se encarnan en las instituciones y orientan el obrar individual y colectivo. Antes que todo, conviene tener en cuenta una advertencia que compartimos con Fernando Savater, en relación con los estudios humanísticos. En efecto, éstos nacieron de una disposición laica y profana, su origen, primero fue renacentista y no significó para la época que existieran textos humanos y otros menos humanos. Se volvió a los clásicos para anteponerlos a los libros revelados. El latín y el griego se tornaron paradigmas como medio para volver a la fuente y fijar posiciones con contenidos no derivados de la fe, frente a otras posturas menos laicas. Sin embargo, el concepto de las humanidades ha estado sometido a variaciones históricas y condicionamientos sociales, por ejemplo, para unos, los Elementos de Geometría de Euclides y los Diálogos de Platón formaron parte de las humanidades. Para otros, más adelante, el estudio del griego y del latín era importante, sin embargo, su compra era demasiado costosa (Rabelais). Así mismo, otros pensarían, como Durkheim, que más que el conocimiento de los textos clásicos, era urgente saber pensar correctamente y comunicarse. El autor también sugería que lo más importante era vivir que saber hablar con elegancia. Ahora bien, las Universidades colombianas desde su remoto origen en el S. XVI se han preocupado por la formación humana de los estudiantes. En todas las cartas misionales pueden encontrarse frases alusivas a este propósito, independientemente de su orientación confesional o laica que las inspire. Se trata, en todos los casos, de que el estudiante - a través de la formación universitaria - enriquezca su socialización, estructure su mente, desarrolle su sensibilidad y adquiera una capacidad crítica que le permita emitir un juicio ético sobre la sociedad en que vive. El punto crítico ha sido en el pasado poder identificar el mecanismo más apropiado para hacerlo, donde habían primado los cursos de humanidades como Literatura, Filosofía, Arte, Religión y Ciencias Sociales; hoy tan desvalorizadas en algunos ambientes académicos y considerados como “costura” aún por los mismos responsables de la formación profesional en los diferentes campos de las instituciones educativas de tercer nivel. Ante este desvanecimiento de la enseñanza de las Humanidades en la Universidad, sería bueno brindar algunas ideas movilizadoras que motiven a los profesores y que contribuyan a reactivar el sentido último que como recurso tiene las Humanidades en la formación universitaria. Se trata de ideas que pueden ser polémicas pero necesarias y que autores como Fernando Savater, Edgar Morin, o Martha Nusbaum han aportado a la discusión con base en los planteamientos de Amartia Sen. Debe tenerse en cuenta que la realidad es una y que no hay abismo insondable entre naturaleza y cultura: la naturaleza es cultural y la cultura es natural. Luego, se debe evitar hacer una división tajante entre Ciencias de la naturaleza (Física, Química o Biología) y las Humanidades. Esa separación sólo existe en la mente y no en la realidad. No existe un criterio único de cientificidad. Se puede evitar transmitir a los estudiantes la existencia de una doble cultura científico/humanística, como distintas e irreductibles. Es erróneo pensar que sólo algunas disciplinas desarrollan en la persona el sentido de razonamiento lógico, la sensibilidad para apreciar las realizaciones artísticas de valor universal, la visión de conjunto del saber humano y el pensamiento crítico. Tanto los idiomas clásicos, como las disciplinas modernas y las matemáticas pueden contribuir a ello de modo significativo. Cada vez, será más necesario hacer prevalecer la idea de que lo importante no es lo que se enseña, sino que se despierte la curiosidad y el gusto por aprender. Lo importante no es lo que se aprende sino la forma de aprenderlo. No es cuestión del qué sino del cómo. La forma árida de transmitir el saber humano puede ser, quizá, una manera de domesticar el espíritu sin creatividad alguna. Hay que evitar primero, exaltar el conocimiento propio por encima de la necesidad de la sabiduría. Segundo, privilegiar rutinas en el proceso de aprendizaje que terminen por menospreciar la estimulación cordial de los tanteos (a veces desordenados) del estudiante que comienza; o tercero, empezar a explicar la ciencia por sus fundamentos teóricos sin esbozar primero los tanteos y curiosidades que condujeron a ella.. Es fundamental fomentar las pasiones intelectuales como una manera de evitar la apatía que se refugia en la rutina. Para ello es necesario aprender a discutir, a refutar y a justificar lo que se piensa esto forma parte de cualquier educación humanista o integral y que lleva a evitar asumir la actitud acrítica de sacralizar opiniones. El punto central por tener en cuenta, al hablar de una crisis de las humanidades o de la formación integral, es el siguiente: la posición postmoderna frente a la verdad. Si no hay verdad, no tiene sentido enseñar. ¿Si cada quien tiene su verdad, si ni siquiera el maestro cree que lo que enseña es verdadero, qué podemos transmitir o investigar en una institución universitaria? Claro que la verdad tiene condicionantes históricos, sociales y otras causas, claro que los conocimientos son frágiles, revisables, sujetos a controversia o que son sólo conjeturas. Todo indica que las verdades no son absolutas, pero son verdades. Si no, al menos es verdad que no hay verdades…. Como decía San Agustín a propósito de los escépticos: nadie duda tanto que dude que dude. Finalmente, las Humanidades o la formación integral, dado que el ser humano no es una cosa entre otras cosas, sino fundamentalmente historia, narraciones, es fundamental que cada enseñanza o contenido pueda ligarse a su pasado, a los cambios que ha producido, o de los cuales forma parte. También, a su significación social, cultural, ética o estética, para poder abrir el camino a estas ideas y ponerlas en la palestra pública como manera de mejorarlas y labrar con ellas un camino inusitado para la innovación en la docencia y la formación humana de los estudiantes que la sociedad ha confiado a la Universidad. Publicado originalmente en La Universidad Necesaria, blog del profesor Luis Enrique Orozco Silva, que pueden visitar aquí.

Pocas preocupaciones han sido tan constantes en la universidad colombiana como la que se refiere a la responsabilidad institucional frente a la formación humana de los estudiantes. En la actualidad, el cumplimiento de esta función tiene que ver con la formación ética y moral de los jóvenes; y la sociedad en general le exige a las instituciones educativas que contribuyan eficazmente a la conformación del talante moral de los futuros profesionales. Esta tarea, a su vez, es urgente, dada la crisis de eticidad que se vive y el cambio vertiginoso de los valores que sustentan las organizaciones. Si anteriormente, los valores morales parecían estables – y para algunos hasta inmodificables – hoy se desvanecen y un cierto “fair play moral” legitima su ambigüedad frente a los valores fundamentales que se encarnan en las instituciones y orientan el obrar individual y colectivo.

Antes que todo, conviene tener en cuenta una advertencia que compartimos con Fernando Savater, en relación con los estudios humanísticos. En efecto, éstos nacieron de una disposición laica y profana, su origen, primero fue renacentista y no significó para la época que existieran textos humanos y otros menos humanos. Se volvió a los clásicos para anteponerlos a los libros revelados. El latín y el griego se tornaron paradigmas como medio para volver a la fuente y fijar posiciones con contenidos no derivados de la fe, frente a otras posturas menos laicas. Sin embargo, el concepto de las humanidades ha estado sometido a variaciones históricas y condicionamientos sociales, por ejemplo, para unos, los Elementos de Geometría de Euclides y los Diálogos de Platón formaron parte de las humanidades. Para otros, más adelante, el estudio del griego y del latín era importante, sin embargo, su compra era demasiado costosa (Rabelais). Así mismo, otros pensarían, como Durkheim, que más que el conocimiento de los textos clásicos, era urgente saber pensar correctamente y comunicarse. El autor también sugería que lo más importante era vivir que saber hablar con elegancia.

Ahora bien, las Universidades colombianas desde su remoto origen en el S. XVI se han preocupado por la formación humana de los estudiantes. En todas las cartas misionales pueden encontrarse frases alusivas a este propósito, independientemente de su orientación confesional o laica que las inspire. Se trata, en todos los casos, de que el estudiante – a través de la formación universitaria – enriquezca su socialización, estructure su mente, desarrolle su sensibilidad y adquiera una capacidad crítica que le permita emitir un juicio ético sobre la sociedad en que vive. El punto crítico ha sido en el pasado poder identificar el mecanismo más apropiado para hacerlo, donde habían primado los cursos de humanidades como Literatura, Filosofía, Arte, Religión y Ciencias Sociales; hoy tan desvalorizadas en algunos ambientes académicos y considerados como “costura” aún por los mismos responsables de la formación profesional en los diferentes campos de las instituciones educativas de tercer nivel.

Ante este desvanecimiento de la enseñanza de las Humanidades en la Universidad, sería bueno brindar algunas ideas movilizadoras que motiven a los profesores y que contribuyan a reactivar el sentido último que como recurso tiene las Humanidades en la formación universitaria. Se trata de ideas que pueden ser polémicas pero necesarias y que autores como Fernando Savater, Edgar Morin, o Martha Nusbaum han aportado a la discusión con base en los planteamientos de Amartia Sen.

  1. Debe tenerse en cuenta que la realidad es una y que no hay abismo insondable entre naturaleza y cultura: la naturaleza es cultural y la cultura es natural. Luego, se debe evitar hacer una división tajante entre Ciencias de la naturaleza (Física, Química o Biología) y las Humanidades. Esa separación sólo existe en la mente y no en la realidad. No existe un criterio único de cientificidad. Se puede evitar transmitir a los estudiantes la existencia de una doble cultura científico/humanística, como distintas e irreductibles.
  2. Es erróneo pensar que sólo algunas disciplinas desarrollan en la persona el sentido de razonamiento lógico, la sensibilidad para apreciar las realizaciones artísticas de valor universal, la visión de conjunto del saber humano y el pensamiento crítico. Tanto los idiomas clásicos, como las disciplinas modernas y las matemáticas pueden contribuir a ello de modo significativo.
  3. Cada vez, será más necesario hacer prevalecer la idea de que lo importante no es lo que se enseña, sino que se despierte la curiosidad y el gusto por aprender. Lo importante no es lo que se aprende sino la forma de aprenderlo. No es cuestión del qué sino del cómo. La forma árida de transmitir el saber humano puede ser, quizá, una manera de domesticar el espíritu sin creatividad alguna.
  4. Hay que evitar primero, exaltar el conocimiento propio por encima de la necesidad de la sabiduría. Segundo, privilegiar rutinas en el proceso de aprendizaje que terminen por menospreciar la estimulación cordial de los tanteos (a veces desordenados) del estudiante que comienza; o tercero, empezar a explicar la ciencia por sus fundamentos teóricos sin esbozar primero los tanteos y curiosidades que condujeron a ella.. Es fundamental fomentar las pasiones intelectuales como una manera de evitar la apatía que se refugia en la rutina. Para ello es necesario aprender a discutir, a refutar y a justificar lo que se piensa esto forma parte de cualquier educación humanista o integral y que lleva a evitar asumir la actitud acrítica de sacralizar opiniones.
  5. El punto central por tener en cuenta, al hablar de una crisis de las humanidades o de la formación integral, es el siguiente: la posición postmoderna frente a la verdad. Si no hay verdad, no tiene sentido enseñar. ¿Si cada quien tiene su verdad, si ni siquiera el maestro cree que lo que enseña es verdadero, qué podemos transmitir o investigar en una institución universitaria? Claro que la verdad tiene condicionantes históricos, sociales y otras causas, claro que los conocimientos son frágiles, revisables, sujetos a controversia o que son sólo conjeturas. Todo indica que las verdades no son absolutas, pero son verdades. Si no, al menos es verdad que no hay verdades…. Como decía San Agustín a propósito de los escépticos: nadie duda tanto que dude que dude.

Finalmente, las Humanidades o la formación integral, dado que el ser humano no es una cosa entre otras cosas, sino fundamentalmente historia, narraciones, es fundamental que cada enseñanza o contenido pueda ligarse a su pasado, a los cambios que ha producido, o de los cuales forma parte. También, a su significación social, cultural, ética o estética, para poder abrir el camino a estas ideas y ponerlas en la palestra pública como manera de mejorarlas y labrar con ellas un camino inusitado para la innovación en la docencia y la formación humana de los estudiantes que la sociedad ha confiado a la Universidad.

Publicado originalmente en La Universidad Necesaria, blog del profesor Luis Enrique Orozco Silva, que pueden visitar aquí.

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