Por @CharlieRuth
Tuve que ir a la cárcel para entender cómo la educación para la innovación es el camino para empoderar económicamente a millones de mujeres en América Latina y el Caribe. Nunca he cometido un delito, y pertenezco a ese grupo de personas que cree que la educación es la herramienta más sofisticada que puede abrir cualquier puerta.
A punta de becas por mérito escolar logré pasar de un colegio público en Boyacá, a la Universidad de los Andes para hacer pregrado, y luego a Harvard University para hacer un fellowship en regulación de internet. Fui una estudiante de 3,5 cuando asistía a las Facultades de Administración y Derecho. No veía necesario sacarme el 5, pues prefería probar de qué forma podía aplicarse a la vida real, lo que aprendía en el aula.
Estudiar en la Universidad de los Andes no fue fácil. Muchas veces me frustré, e incluso tuve un semestre pesadilla en el que dejé de ir a clases. Durante 6 años mi relación con los Andes fue de amor-odio. Pero allí adquirí tres tesoros para la vida: a utilizar mi pensamiento crítico, a buscar la excelencia en todo lo que hago y a amar el aprendizaje diario. Hoy esa relación es de amor-agradecimiento.
Metí mis tres tesoros en la maleta y me fui becada para Harvard. Pasé los dos años más estimulantes de mi vida. Siempre he sido una persona alegre. Pero lo más importante que aprendí allí, fue a ser verdaderamente feliz. Vas a Harvard no sólo por el título prestigioso, sino a pensarte las cosas más profundas de la existencia.
Quién anda entre la miel, algo se le pega. Empecé a asistir a muchas conferencias donde el tema central era el liderazgo femenino. Por primera vez me reconocí como una feminista y como una convencida que el cambio global está en el empoderamiento de las niñas y de las mujeres. Gracias a mi mentora Judy Norsigian, aprendí que la defensa de nuestros derechos arranca cuando somos capaces de reconocernos y amarnos como somos. Y Tanya Henderson, me enseñó que cuando una niña recibe buena educación, es capaz de verse como una mujer poderosa y plena.
Mi cumpleaños 25, cayó un domingo. Me fui a caminar por el sendero del río Charles. Sentía agradecimiento y amor por todas las pruebas y apoyos que la vida me había puesto hasta ese momento. Y allí hubo un momento en que pensé que debían haber más latinoamericanas como yo aprovechando oportunidades como las mías y creando un mundo con más mujeres poderosas. Corrí hasta mi oficina, encendí la computadora, compré el dominio de www.MujeresConDerechos.org y empecé a escribir mi primer artículo sobre equidad de género y poder femenino.
En los siguientes seis meses empecé a compartir mi experimento en foros y charlas a las que me invitaban en Harvard, MIT, Stanford y en grupos como “United States of Women” en Boston. Devoré libros sobre teorías feministas, equidad, empoderamiento y violencia de género. Fueron mis guías, pero cuando hablaba, trataba de aterrizar esta información y dar mi punto de vista desde lo que vivimos las mujeres en América Latina y el Caribe.
A finales de ese año tomé la decisión más arriesgada pero valiosa de mi vida: solté el mundo perfecto y seguro de mi trabajo como investigadora en Harvard, y dí un salto a la incertidumbre regresando a Colombia. Se me metió la idea de que podía ayudar a transformar mi país bajo esta teoría de cambio: hay que unir a las mujeres más poderosas para crear conversaciones, recursos e iniciativas que empoderen a las niñas y a las mujeres que más lo necesitan.
Hace poco me preguntaron cuál sería la metáfora que me definía, y respondí que me declaraba la abogada de las utopías. Creo que las utopías son necesarias porque nos brindan plataformas para ver el futuro y tomar acción. “De la Tierra a la Luna” de Julio Verne fue una utopía que inspiró los avances teóricos y prácticos que llevaron a la humanidad a tocar suelo lunar hace casi 50 años.
En los últimos años, mi equipo y yo hemos creado summits, conferencias, marchas y hasta un programa de televisión para transmitir un mensaje central: todas somos poderosas! Es más, estoy convencida de que todos los seres humanos somos poderosos, pero la crianza desempodera a las niñas desde muy pequeñas. Ayudar a recordar y visibilizar nuestro poder, es una de mis tareas favoritas.
En Octubre de 2017, me pusieron un reto genial: probar mis teorías con 170 mujeres en la cárcel de mediana seguridad de Sogamoso, en Boyacá. El primer día que las visitamos, mis socias salieron despavoridas. Una cárcel es un infierno diseñado para desempoderar y mutilar diariamente el potencial humano. Pero les insistí en que debíamos regresar y empezar nuestro programa de “Nuevos Comienzos Innovando”. Los primeros dos meses nos dedicamos a trabajar sobre los conceptos de confianza, perdón, poder, paz y liderazgo.
Era increíble ver como las chicas en poco tiempo pasaban de estar herméticas y melancólicas, a participativas y esperanzadas con nuestro proceso. El 22 de Diciembre de 2017 fuimos capaces de reír, llorar y abrazarnos mientras nos trazamos metas poderosas para un futuro mejor. En enero de este año tomé mi metodología de empoderamiento digital que había desarrollado en Harvard y la simplifique. Parto de una idea que he probado con 1.200 jóvenes innovadores en México, Colombia y Chile: todos podemos vernos como unos super héroes cuando ponemos a funcionar nuestros poderes para resolver los problemas más generales y comunes que afectan a nuestra comunidad.
Estas chicas han llegado a entender que los tres problemas que más afectan a las mujeres en cárceles son la separación de sus hijos, la falta de información para mantenerse saludables en un espacio tan insalubre, y las riñas interpersonales por deudas que terminan en castigos indignantes como el afamado “calabozo” que es un espacio oscuro, frío y repugnante donde deben permanecer hasta por 72 horas.
Con ellas he tenido las charlas más profundas sobre justicia, economía del delito, libertad y trascendencia. La metodología las ha inspirado a preparar su propia marca y línea de productos de aseo a partir de hierbas orgánicas. Los menos interesados en que las personas tengan un trabajo digno y se resocialicen son los funcionarios del INPEC. Son incontables los desafíos y las humillaciones que han generado para el equipo y para las mujeres en nuestro programa. Pero abogar por una utopía exige que te armes de paciencia y te pongas creativo para enfocarte en las soluciones y no en los problemas.
La mayoría de mis alumnas llegaron a esta cárcel por delitos como microtráfico de drogas y hurto. Uno que otro homicidio, secuestro y extorsión. Casi todas son mamás, y casi un tercio hacen parte de la segunda generación que delinque. La mayoría viene de la ruralidad y de cinturones de pobreza de ciudades intermedias. Pertenecían a estratos 0 al 2, y casi todas perseguian la ilusión de conseguir dinero y ser autónomas tras la actividad que las llevó a delinquir. La inmensa mayoría sabe que su pasado judicial las marcará y que si no aprenden un oficio decente o a emprender desde adentro, estarán condenadas a repetir el mismo error afuera.
Pero hay dos cosas que casi todas estas mujeres comparten: vienen de esa Colombia pobre y violenta contra las niñas y las mujeres. Mi equipo y yo nos sentimos agradecidas con ellas por dejarnos investigar y trabajar sobre la realidad que afecta a tantas.Y aunque suene difícil de creer, hemos llegado a concluir que en las cárceles está el potencial para transformar el país. Sí. Aunque sea difícil de creer, pero ahí está.
El estado, las organizaciones y los grupos de sociedad civil pueden encontrar en una cárcel el laboratorio perfecto para entender donde están las causas que nos quitan combustible en el desarrollo social. Las mujeres de esta cárcel me han permitido entender que la desigualdad y la violencia que vemos hoy en el mundo, tienen sus orígenes en la inequidad de género y en la falta de acceso a una educación empoderdante para millones de niñas y mujeres.
Si a una niña se le niega el derecho a recibir una buena educación, porque vive en la pobreza, o por las restricciones de las normas sociales, sus posibilidades de ser autónoma, productiva y vivir plenamente, se ven en riesgo, y por lo tanto, la contribución que puede hacer al desarrollo social y económico de sí misma, su familia y su comunidad decrecen. Las niñas que nacen en la pobreza se exponen a abandonar la escuela debido al embarazo adolescente, la violencia sexual y el matrimonio forzoso. Según la UNFPA, este es un fenómeno global que hacia el 2030 pondrá en riesgo a más de 4,6 millones de niñas en el mundo.
La pobreza y los abusos son los principales obstáculos para un mundo con equidad de género. Pero si las niñas son educadas desde tempranas edades para ser independientes económicamente, para conocer sus cuerpos y derechos, y se les brinda un entorno seguro, aumentarán su chance de convertirse en mujeres que trabajan, ganan su propio dinero, son saludables y tienen menos riesgo de ser víctimas de la violencia de género.
Es hora de invertir en la educación para la innovación de nuestras niñas y jóvenes. Si las dotamos de herramientas que les permitan entender los problemas como oportunidades para crear soluciones, y además les enseñamos a utilizar nuevas tecnologías, para crear fuentes de empleo o desempeñarse con excelencia en los trabajos del hoy y del mañana, podremos asegurar su empoderamiento económico y aportaremos a la industrialización innovadora y sostenible de nuestros países.